16- La resurrección, esencial

La resurrección o la creencia en la vida en el paraíso forma parte de los credos religiosos tanto para cristianos y musulmanes como para otros creyentes. Para los cristianos, el gran anuncio, la buena noticia de la revelación es el mismo Jesús, muerto y resucitado. El apóstol Pablo lo sintetizó magistralmente:

«Hermanos, no queremos que estén en la ignorancia respecto de los muertos, para que no se entristezcan como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús» (1 Tes 4,13-14).

Tertuliano, apologeta del siglo II-III, plasmó vigorosamente con estas palabras la centralidad de la resurrección en la vida del cristiano:

 

«La resurrección de los muertos es la esperanza de los cristianos» (De resurrectione carnis, 1,1)

Y será el mismo Jesús quien salga a responder a las objeciones negadoras de la resurrección:

«Se le acercan unos saduceos, esos que niegan que haya resurrección, y le preguntaban: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno y deja mujer y no deja hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos: el primero tomó mujer, pero murió sin dejar descendencia; también el segundo la tomó y murió sin dejar descendencia; y el tercero lo mismo. Ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos, murió también la mujer. En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer.» Jesús les contestó: «¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos. Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error»» (Mc 12,18-27).

La resurrección es el gran don de Dios a los hombres, sus hijos redimidos por Jesús que han vivido abiertos a la misericordia divina, con rectitud de conciencia y han sido fraternalmente compasivos con los hombres (Cfr. Mt 25,31 ss).

Los hombres mueren una sola vez. La resurrección no admite la reencarnación (cfr. Hbr 9,26).

Por esta resurrección en Cristo, entramos en la comunión de los santos, gozamos de su intercesión y nos sentimos amados por nuestros seres queridos resucitados en el amor de Dios.

Una dinámica de confrontación empática en el grupo «Resurrección» de la pastoral del duelo:

– Estoy muy enojado con Dios – comenta un miembro del grupo en duelo.

– ¿Y también con la Iglesia, los sacerdotes…? – pregunta el coordinador.

– He dejado de practicar.

– En nuestro duelo, consideremos que el sufrimiento nos lleva a extender nuestro enojo a todo lo relacionado y, tal vez, a todos los relacionados con las cosas de Dios – sigue argumentando el coordinador del grupo.

– Si Dios es bueno y es todopoderoso, ¿por qué me lo ha llevado?

– ¿Y dónde está tu criatura? – En el cementerio.

– ¿En el cementerio?

– En realidad, sé que su alma está en el cielo.

– ¿Feliz?

– Sí.

– ¿Y gracias a quién está feliz y en el cielo? ¿Es feliz por él mismo que no pudo evitar su muerte? – confronta el coordinador.

– No, supongo que por Dios.

– ¿Y quién es el mejor amigo en el cielo de tu hijo?

– Creo que Dios.

– Y vos, ¿estás enojado con quien ha llevado a tu hijo al cielo y la hace feliz…? ¿Tú eres enemigo de quien es su mejor amigo? – concluye el coordinador.

– No, claro.

– El proceso de la elaboración sana del duelo es un proceso paralelo a la purificación de la fe – argumenta el coordinador.

– ¿Y cómo puedo afianzar mi fe en la resurrección?

– La experiencia de vida íntima con Cristo resucitado es experiencia de la resurrección de nuestros seres queridos y de nuestra resurrección. Es un don del Espíritu Santo que hay que pedir.

 

Curiosamente muchos dicen creer en una resurrección de su ser querido muerto, sin Dios. ¿Cómo es posible? Es la apoteosis del muerto. Es para el doliente sentirse pletórico de su «omnipresencia espiritual», considerándolo hasta como un valor en sí mismo.

– ¡Era tan bueno que bien se ganó y mereció el cielo! Desde el cielo, me va diciendo… y me ayuda…

El cielo es un don de Dios gratuito de Dios. Por otro lado, ellos interceden y nos aman desde la comunión de los santos con el amor de Dios. La ayuda procede de Dios. No hay resurrección sin Dios. No hay cielo sin Dios.

– ¿Se puede gozar al ser querido feliz junto a Dios?

La fe en la resurrección es paz en nosotros por su felicidad.

– La Virgen María, tras la pasión y muerte de su Hijo Jesús, ¿fue feliz el resto de sus días?

Sí, porque vivió la resurrección de su Hijo. Sí, porque amó y se dejó amar por Jesús resucitado (1).

La experiencia enseña que «entregar» al ser querido muerto a Dios es altamente terapéutico.

Una dinámica altamente confrontadora y de excelentes resultados es ésta:

– Les ruego escriban y envíen un mensaje a su ser querido, al cielo – sugiere el coordinador del grupo.

No será fácil pero descubrirá si se lo siente feliz.

– Y ahora él/ella les enviaría su mensaje. ¿Qué escribiría? Analicémoslo comunitariamente. ¿Qué resultó?

(1) Mateo Bautista. «Vivir como resucitados.» Ed. San Pablo, Buenos Aires, pp 43 – 45.